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martes, 25 de enero de 2011

El libro del Dios Enki (La verdad sobre los Dioses y la formación del humano terrestre)


Las Palabras del Señor Enki

Sinopsis de la Primera Tablilla
Lamentación sobre la desolación de Sumer
Cómo huyeron los dioses de sus ciudades a medida que se extendía la nube nuclear
Las discusiones en el consejo de los dioses
La fatídica decisión de liberar las Armas de Terror
El origen de los dioses y las armas terribles en Nibiru
Las guerras norte-sur de Nibiru, unificación y normas dinásticas
Ubicación de Nibiru en el sistema solar
La evanescente atmósfera provoca cambios climáticos
Los esfuerzos por obtener oro para evitar el debilitamiento de la atmósfera
Alalu, un usurpador, utiliza armas nucleares para agitar los gases volcánicos
Anu, heredero dinástico, depone a Alalu
Alalu roba una nave espacial y escapa de Nibiru
Representaciones de Nibiru como planeta radiante


Sinopsis de la Segunda Tablilla
La huida de Alalu en una nave espacial con armas nucleares
Pone rumbo a Ki, el séptimo planeta (la Tierra)
Por qué espera encontrar oro en la Tierra
La cosmogonía del sistema solar; el agua y el oro de Tiamat
La aparición de Nibiru desde el espacio exterior
La Batalla Celestial y la ruptura de Tiamat
La Tierra, la mitad de Tiamat, hereda sus aguas y su oro
Kingu, el principal satélite de Tiamat, se convierte en la Luna de la Tierra
Nibiru es destinada a orbitar para siempre al Sol
La llegada de Alalu y su aterrizaje en la Tierra
Alalu, al descubrir oro, tiene la suerte de Nibiru en sus manos
Una representación babilónica de la Batalla Celestial


Sinopsis de la Tercera Tablilla
Alalu transmite las noticias a Nibiru, reclama la realeza Anu, asombrado, plantea el asunto ante el consejo real Enlil, el Hijo Principal de Anu, sugiere una verificación in situ Ea, el Primogénito de Anu y yerno de Alalu, es elegido en cambio
Ea equipa con ingenio el barco celestial para el viaje
La nave espacial, pilotada por Anzu, lleva a cincuenta héroes
Superando los peligros, los nibiruanos se estremecen ante la visión de la Tierra
Dirigidos por Alalu, amerizan y ganan la costa Eridú, Hogar Lejos del Hogar, se tunda en siete días
Comienza la extracción de oro de las aguas
Aunque la cantidad es minúscula, Nibiru exige la entrega
Abgal, un piloto, elige la nave espacial de Alalu para el viaje
Se descubren armas nucleares prohibidas en la nave espacial
Ea y Abgal sacan las Armas de Terror y las ocultan
Conexión Tierra-Marte (representación hacia el 2500 a.C.)


Sinopsis de la Cuarta Tablilla
Los nibiruanos celebran incluso la pequeña cantidad de oro entregada Las pruebas sobre la utilización del oro como escudo atmosférico tienen éxito
Se envían a la Tierra más héroes y nuevos equipos
La extracción de oro de las aguas sigue siendo decepcionante
Ea descubre menas de oro que precisan de una profunda extracción en el Abzu
Enlil, y después Anu, vienen a la Tierra para tomar decisiones cruciales Cuando los hermanastros se pelean, las suertes deciden las tareas
Ea, renombrado Enki (Señor de la Tierra), va al Abzu Enlil se queda para desplegar instalaciones permanentes en el Edin
Mientras Anu se prepara para partir, es atacado por Alalu
Los Siete Que Juzgan sentencian a Alalu al exilio en Lahmu
Ninmah, hija de Anu y oficial médico, es enviada a la Tierra
Al hacer una parada en Lahmu (Marte),
Ninmah encuentra muerto a Alalu
Una roca, tallada con el aspecto del rostro de Alalu, le sirve de tumba Se le da a Anzu el mando de la Estación de Paso en Lahmu
Enki representado como dios de las aguas y la minería


Sinopsis de la Quinta Tablilla
Ninmah llega a la Tierra con un grupo de enfermeras Hace entrega de semillas para plantas que proporcionarán un elixir
Lleva noticias a Enlil de su hijo extramatrimonial Ninurta En el Abzu, Enki establece una morada e instalaciones mineras
En el Edin, Enlil construye instalaciones espaciales y de otros tipos Los nibiruanos en la Tierra («Anunnaki») suman seiscientos Trescientos «Igigi» operan las instalaciones en Lahmu (Marte) Estando exiliado por la violación de su acompañante Sud, Enlil se entera de las armas escondidas Sud se convierte en la esposa de Enlil, le da un hijo (Nannar)
Ninmah se une a Enki en el Abzu, le da hijas
Ninki, esposa de Enki, llega con el hijo de ambos, Marduk
A medida que Enki y Enlil engendran más hijos, se forman clanes en la Tierra Acosados por las privaciones, los Igigi lanzan un golpe contra Enlil
Ninurta derrota a su líder, Anzu, en las batallas aéreas Los Anunnaki, obligados a producir oro con más rapidez, se amotinan
Enlil y Ninurta denuncian a los amotinados Enki sugiere la creación artificial de Trabajadores Primitivos
Enlil, Ninmah, Enki e Isimud (Representación sumena)


Sinopsis de la Sexta Tablilla
Enki revela un secreto a los incrédulos líderes: en el Abzu deambula un ser salvaje similar a los Anunnaki;
acrecentando su esencia vital con la de los Anunnaki, se le podrá elevar hasta convertirle en un Trabajador Primitivo inteligente.
La creación pertenece al Padre de Todo Principio, gritó Enlil
Sólo le daremos nuestra imagen a un ser ya existente, arguyó Ninmah
Necesitando urgentemente el oro para sobrevivir, los líderes votan Sí
Enki, Ninmah y Ningishzidda, el hijo de Enki, comienzan los experimentos
Tras muchos fracasos, se consigue el modelo-perfecto Adamu
Ninmah grita triunfante: ¡Mis manos lo han hecho!
Se la renombra Ninti («Dama de la Vida») por su logro
Ninki, la esposa de Enki, ayuda a crear a Ti-Amat, una hembra Terrestre
Los terrestres, siendo híbridos, se emparejan pero no procrean
Ningishzidda añade dos ramas de esencia al Árbol de la Vida de los Terrestres
Al descubrir los acontecimientos no aprobados, Enlil expulsa a los Terrestres
La doble hélice del ADN, emblema de Ninghishzidda


Sinopsis de la Séptima Tablilla
De regreso al Abzu, Adamu y Ti-Amat tienen hijos Los Terrestres proliferan, trabajando en las minas y como sirvientes
Nacen los nietos de Enlil, los gemelos Utu e Inanna
Las parejas Anunnaki tienen otros descendientes en la Tierra
Los cambios climáticos provocan penurias en la Tierra y en Lahmu
La aproximación orbital de Nibiru viene acompañada de trastornos
Enki y Marduk exploran la Luna, la encuentran inhóspita
Enki determina las constelaciones y el Tiempo Celestial
Amargado por su propia suerte, Enki le promete a Marduk la supremacía
Anu ordena a Utu, no a Marduk, la creación de un nuevo espaciopuerto
Enki encuentra y se empareja con dos hembras Terrestres
Una tiene un hijo, Adapa, la otra una hija, Titi Enki mantiene en secreto su paternidad y los cría como expósitos
Adapa, sumamente inteligente, se convierte en el primer Hombre Civilizado
Adapa y Titi se emparejan, tienen dos hijos: Ka-in y Abael
Utu (Shamash) e Inanna (Ishtar)


Sinopsis de la Octava Tablilla
La amplia comprensión de Adapa asombra a los sabios en Nibiru
Por orden de Anu, llevan a Adapa a Nibiru
El primer viaje espacial de un Terrestre Enki revela a Anu la verdad de su paternidad de Adapa Enki justifica su acción por la necesidad de alimentos Se envía de vuelta a Adapa para que comience con la agricultura y el pastoreo Enlil y Enki crean semillas de cultivo y linajes de ovejas
Ninurta enseña el cultivo a Ka-in
Marduk le enseña a Abael el pastoreo y la elaboración de la lana Luchando por el agua, Ka-in golpea y da muerte a Abael
Ka-in es juzgado por asesinato y sentenciado al exilio
Adapa y Titi tienen otros descendientes que se casan entre ellos
En su lecho de muerte, Adapa bendice a su hijo Sati como su heredero
Un descendiente, Enkime, es llevado a Lahmu por Marduk
Ninurta y su símbolo del Águila Divina


Sinopsis de la Novena Tablilla
La Humanidad prolifera; el linaje de Adapa sirve como realeza Desafiando a Enlil, Marduk se casa con una mujer Terrestre
Trastornos celestiales y cambios climáticos afectan a Lahmu
Los Igigi descienden a la Tierra,
toman a mujeres Terrestres como esposas
El promiscuo Enki engendra un hijo humano, Ziusudra
Sequías y pestes causan sufrimientos en la Tierra
Enlil lo ve como una retribución por el hado, quiere volver a casa
Ninmah, envejecida por los ciclos de la Tierra, también quiere volver
Un emisario misterioso les advierte que no desafien su destino
Aumentan las señales de la inminencia de un calamitoso Diluvio
La mayoría de los Anunnaki empieza a partir hacia Nibiru Enlil impone un plan para dejar que la Humanidad perezca Enki y Ninmah empiezan a preservar las Simientes de Vida de la Tierra El resto de los Anunnaki se prepara para el Día del Diluvio Nergal, Señor del Mundo Inferior, ha de dar el aviso
Enki divulga el secreto del Diluvi


Sinopsis de la Décima Tablilla
El misterioso emisario se le aparece a Enki en una visión-sueño
A Enki se le dice que salve a la Humanidad a través de su hijo Ziusudra,
Mediante un subterfugio, Enki instruye a Ziusudra para que construya un submarino
Un navegador sube a bordo, llevando las simientes de vida de la Tierra La cercanía de Nibiru provoca el deslizamiento de la placa de hielo de la Blancatierra
La ola resultante sume a la Tierra bajo las aguas
Los Anunnaki que se quedaron se lamentan de la calamidad desde la órbita terrestre
Las aguas se retiran; la embarcación de Ziusudra se posa sobre el Monte de la Salvación
Descendiendo en un Torbellino, Enlil descubre la doblez de Enki Enki convence a Enlil de que el Creador de Todo lo había destinado así Utilizan la Plataforma de Aterrizaje, aún en pie, como base temporal
Allí, en una Cámara de Creación, se elaboran cultivos y ganado
Se descubre oro en abundancia en las Tierras de Más Allá de los Mares
Se establecen nuevas instalaciones espaciales en las antiguas tierras
Entre éstas, se incluyen dos montículos artificiales y una escultura con forma de león Ninmah propone un plan de paz para resolver las crecientes rivalidades
Se le concede el ganado y los cereales a la Humanida


Sinopsis de la Undécima Tablilla
La tierra del espaciopuerto, Tümun, se declara zona neutral
Se le concede a Ninmah, que recibe el nombre de Ninharsag
Marduk consigue las Tierras Oscuras, los enlilitas consiguen las Tierras de Antaño
Los nietos de Marduk se pelean, Satu asesina a Asar
'Fecundándose a sí misma, Asta, la esposa de Asar, engendra a Horon
Horon vence a Satu en batallas aéreas sobre Tilmun
Los enlilitas estiman prudente preparar otro espaciopuerto
Dumuzi, el hijo de Enki, e Inanna, la nieta de Enlil, se enamoran
Por temor a las consecuencias, Marduk provoca la muerte de Dumuzi
Buscando su cuerpo, Inanna muere, posteriormente resucita
Inanna lanza una guerra para apresar y castigar a Marduk
Los enlilitas entran en su escondrijo en el Gran Monte
Los enlilitas sellan la cámara superior para sepultar vivo a Marduk
Sarpanit, la esposa de Marduk, y Nabu, su hijo, ruegan por su vida
Ningishzidda, conocedor de los secretos del Monte, llega hasta Marduk
Marduk, tras serle perdonada la vida, va al exilio Enki y Enlil dividen la Tierra entre el resto de sus hijos
El triunfo de Ninurta y las Grandes Pirámides


Sinopsis de la Duodécima Tablilla
El suelo se seca, las llanuras y los valles de los ríos se repueblan
Oro en abundancia llega desde las Tierras Más Allá de los Mares
Anu y su esposa Antu llegan en una visita memorable
Rememorando, los líderes se dan cuenta de que son marionetas del Destino Los líderes asignan tres regiones de civilización para la Humanidad
Indultado por Anu al partir, Marduk mantiene su rebeldía La Primera Región y las instalaciones espaciales son tierras Enlilitas La primera civilización del Hombre comienza en la Primera Región (Sumer)
Marduk usurpa un lugar para construir una torre de lanzamiento ilícita Frustrado por los Enlilitas, Marduk se apodera de la Segunda Región
Depone y exilia a Ningishzidda (Thot) a tierras lejanas
Se declara a sí mismo Ra, dios supremo, en una nueva religión
Da inicio a los reinados faraónicos para marcar una nueva civilización
Enlil designa a su hijo Ishkur para que proteja las fuentes de metal
A Inanna se le conceden los dominios de la Tercera Región (el Valle del Indo)
Los dioses conceden la realeza, comienzan las guerras


Sinopsis de la Tablilla Decimotercera
Surgen ciudades reales con recintos sagrados para los dioses Los semidioses sirven como reyes y sacerdotes en palacios y templos Marduk promete a sus reales seguidores una vida eterna en el Más Allá
En Sumer, Inanna estimula la creencia en la Resurrección
Augurios celestiales y oráculos predictorios ganan partidarios
Marduk proclama la llegada de la Era del Carnero como su signo
Ningishzidda construye observatorios de piedra para mostrar lo contrario
Insurrecciones, guerras e invasiones desestabilizan las tierras enlilitas El emisario misterioso se le aparece a Enlil, le predice una calamidad Da instrucciones a Enlil para que seleccione a un Hombre Digno que lidere la supervivencia
Enlil elige a Ibruum, vastago de una familia real sacerdotal Los ejércitos puestos en pie por Nabu intentan hacerse con el control del espaciopuerto
Desautorizando a Enki, los dioses recurren a las Armas de Terror Ninurta y Nergal arrasan el espaciopuerto y las ciudades pecadoras La deriva de la nube nuclear lleva la muerte a todo en Sumer
El Dios de los Montes y el Hombre Elegido


Sinopsis de la Decimocuarta Tablilla
Babili, el centro elegido por Marduk, sobrevive a la calamidad Enki lo ve como un augurio de la inevitable supremacía de Marduk
Enlil reflexiona sobre el pasado, el Hado y el Destino Acepta la supremacía de Marduk, se retira a tierras lejanas
Los hermanos se dan una sentimental despedida
Enki ve el Pasado como una guía para predecir el Futuro
Decide tomar nota de todo para la posteridad
Colofón del escriba Endubsar
Representación babilónica de un resplandeciente Marduk



Hace unos 445.000 años, astronautas de otro planeta llegaron a la Tierra en busca de oro.

Tras amerizar en uno de los mares de la Tierra, desembarcaron y fundaron Eridú, «Hogar en la Lejanía». Con el tiempo, el asentamiento inicial se extendió hasta convertirse en la flamante Misión Tierra, con un Centro de Control de Misiones, un espaciopuerto, operaciones mineras e, incluso, una estación de paso en Marte.

Escasos de mano de obra, los astronautas utilizaron la ingeniería genética para darle forma a los Trabajadores Primitivos - el Homo sapiens. Más tarde, el Diluvio barrió la Tierra en una inmensa catástrofe que hizo necesario un nuevo comienzo; los astronautas se convirtieron en dioses y le concedieron la civilización a la Humanidad, transmitiéndosela a través del culto. Después, hace unos cuatro mil años, todo lo conseguido se desmoronó en una catástrofe nuclear provocada por los visitantes en el transcurso de sus propias rivalidades y guerras.

Todo lo ocurrido en la Tierra, y especialmente los acontecimientos acaecidos desde el inicio de la historia del ser humano, lo ha recogido Zecharia Sitchin en su serie de Crónicas de la Tierra, a partir de la Biblia, de tablillas de arcilla, de mitos de la antigüedad y de descubrimientos arqueológicos. Pero, ¿qué ocurrió antes de los acontecimientos en la Tierra, qué ocurrió en el propio planeta de los astronautas, Nibiru, que les llevó a los viajes espaciales, a su necesidad de oro y a la creación del Hombre?

¿Qué emociones, rivalidades, creencias, morales (o ausencia de éstas) motivaron a los principales protagonistas en las sagas celestes y espaciales? ¿Cuáles fueron las relaciones que llevaron a una escalada de la tensión en Nibiru y en la Tierra, qué tensiones surgieron entre viejos y jóvenes, entre los que habían llegado de Nibiru y los nacidos en la Tierra? ¿Y hasta qué punto lo sucedido vino determinado por el Destino -un destino cuyo registro de acontecimientos del pasado guarda la clave del futuro?

¿No sería prometedor que uno de los principales protagonistas, un testigo presencial que podía distinguir entre Suerte o Hado y Destino, registrara para la posteridad el cómo, el dónde, el cuándo y el porqué de todo, los Principios y los Finales?
Pues eso es, precisamente, lo que algunos de ellos hicieron; ¡y entre los principales de éstos estuvo el líder que comandó el primer grupo de astronautas!

Tanto expertos como teólogos reconocen en la actualidad que los relatos bíblicos de la Creación, de Adán y Eva, del Jardín del Edén, del Diluvio o de la Torre de Babel se basaron en textos escritos milenios antes en Mesopotamia, en especial escritos por los sumerios. Y éstos, a su vez, afirmaban con toda claridad que obtuvieron sus conocimientos acerca de lo acontecido en el pasado (muchos de ellos de una época anterior al comienzo de las civilizaciones, incluso anterior al nacimiento de la Humanidad) de los escritos de los Anunnaki («Aquellos Que del Cielo a la Tierra Vinieron»), los «dioses» de la antigüedad.

Como resultado de un siglo y medio de descubrimientos arqueológicos en las ruinas de las civilizaciones de la antigüedad, especialmente en Oriente Próximo, se han descubierto un gran número de estos primitivos textos; los hallazgos han revelado un gran número de textos desaparecidos -los llamados libros perdidos- que, o bien se mencionaban en los textos descubiertos, o se inferían a partir de ellos, o era conocida su existencia debido que habían sido catalogados en las bibliotecas reales o de los templos.

En ocasiones, los «secretos de los dioses» se revelaron en parte en relatos épicos, como en la Epopeya de Gilgamesh, que desvelan el debate que tuvo lugar entre los dioses y que llevó a la decisión de que la Humanidad pereciera en el Diluvio, o en un texto titulado Atra Hasis, que recuerda el motín de los Anunnaki que trabajaban en las minas de oro y que llevó a la creación de los Trabajadores Primitivos -los Terrestres. De cuando en cuando, los mismos líderes de los astronautas fueron los que crearon las composiciones; a veces, dictando el texto a un escriba, como en el titulado La Epopeya de Erra, en el cual uno de los dos dioses que desencadenaron la catástrofe nuclear intentó inculpar a su adversario; a veces, haciendo de escriba el mismo dios, como ocurre con el Libro de los Secretos de Thot (el dios egipcio del conocimiento), que el mismo dios había ocultado en una cámara subterránea.

Según la Biblia, cuando el Señor Dios Yahveh le dio los Mandamientos a su pueblo elegido, los inscribió en un principio por su propia mano en dos tablas de piedra que le entregó a Moisés en el Monte Sinaí. Pero, después de que Moisés arrojara y rompiera estas tablas como respuesta al incidente del becerro de oro, las nuevas tablas las inscribió el mismo Moisés, por ambos lados, mientras permaneció en el monte durante cuarenta días y cuarenta noches, tomando al dictado las palabras del Señor.

Si no hubiera sido por un relato escrito en un papiro de la época del faraón egipcio Khufu (Keops) concerniente al Libro de los Secretos de Thot, no se habría llegado a conocer la existencia de ese libro. Si no hubiera sido por las narraciones bíblicas del Éxodo y el Deuteronomio, nunca habríamos sabido nada de las tablas divinas ni de su contenido; todo esto se habría convertido en parte de la enigmática colección de los «libros perdidos» cuya existencia nunca habría salido a la luz. Y no resulta tan doloroso el hecho de que, en algunos casos, sepamos que hayan existido determinados textos, como que su contenido permanezca en la oscuridad. Éste es el caso del Libro de las Guerras de Yahveh y del Libro de Jasher (el «Libro del Justo»), que se mencionan específicamente en la Biblia. En al menos dos casos, se puede inferir la existencia de libros antiguos (textos primitivos conocidos por el narrador bíblico).

l capítulo 5 del Génesis comienza con la afirmación «Éste es el libro del Toledoth de Adán», traduciéndose normalmente el término Toledoth como «generaciones», pero su significado más preciso es «registro histórico o genealógico». De hecho, a lo largo de milenios, han sobrevivido versiones parciales de un libro que se conoció como el Libro de Adán y Eva en armenio, eslavo, siriaco y etíope; y el Libro de Henoc (uno de los llamados libros apócrifos que no se incluyeron en la Biblia canónica) contiene fragmentos que, según los expertos, pertenecieron a un libro mucho más antiguo, el Libro de Noé.

Un ejemplo que se menciona con frecuencia sobre el gran número de libros perdidos es el de la famosa Biblioteca de Alejandría, en Egipto. Fundada por el general Tolomeo tras la muerte de Alejandro en el 323 a.C, se dice que contenía más de medio millón de «volúmenes», de libros inscritos en diversos materiales (arcilla, piedra, papiro, pergamino). Aquella gran biblioteca, donde los eruditos se reunían para estudiar el conocimiento acumulado, se quemó y fue destruida en las guerras que se desarrollaron entre el 48 a.C. y la conquista árabe, en el 642 d.C. Lo que ha quedado de sus tesoros es una traducción al griego de los cinco primeros libros de la Biblia hebrea, y fragmentos que se conservaron en los escritos de algunos de los eruditos residentes de la biblioteca.

Y es así como sabemos que el segundo rey Tolomeo comisionó, hacia el 270 a.C, a un sacerdote egipcio al que los griegos llamaron Manetón para que recopilara la historia y la prehistoria de Egipto. Al principio, escribió Manetón, sólo los dioses remaron allí; luego, los semidioses y, finalmente, hacia el 3100 a.C, comenzaron las dinastías faraónicas. Escribió que los reinados divinos comenzaron diez mil años antes del Diluvio y que se prolongaron durante miles de años, presenciándose en el último período batallas y guerras entre los dioses.

En los dominios asiáticos de Alejandro, donde el cetro cayó en manos del general Seleucos y de sus sucesores, también tuvo lugar un empeño similar por proporcionar a los sabios griegos un registro de los acontecimientos del pasado. Un sacerdote del dios babilónico Marduk, Beroso, con acceso a las bibliotecas de tablillas de arcilla, cuyo centro era la biblioteca del templo de Jarán (ahora en el sudeste de Turquía), escribió una historia de dioses y hombres en tres volúmenes que comenzaba 432.000 años antes del Diluvio, cuando los dioses llegaron a la Tierra desde los cielos. En una lista en la que figuraban los nombres y la duración de los reinados de los diez primeros comandantes, Beroso decía que el primer líder, vestido como un pez, llegó a la costa desde el mar. Era el que le daría la civilización a la Humanidad, y su nombre, pasado al griego, era Oannes.

Encajando muchos detalles, ambos sacerdotes hicieron entrega de relatos de dioses del cielo que habían venido a la Tierra, de un tiempo en que sólo los dioses reinaban en la Tierra y del catastrófico Diluvio. En los trozos y en los fragmentos conservados (en otros escritos contemporáneos) de los tres volúmenes, Beroso daba cuenta específicamente de la existencia de escritos anteriores a la Gran Inundación -tablillas de piedra que se ocultaron para salvaguardarlas en una antigua ciudad llamada Sippar, una de las ciudades originales que fundaran los antiguos dioses.

Aunque Sippar fue arrollada y arrasada por el Diluvio, al igual que el resto de las ciudades antediluvianas de los dioses, apareció una referencia a los escritos antediluvianos en los anales del rey asirio Assurbanipal (668-633 a.C). Cuando, a mediados del siglo XIX los arqueólogos descubrieron la antigua capital asiría de Nínive (hasta entonces, conocida sólo por el Antiguo Testamento), hallaron en las ruinas del palacio de Assurbanipal una biblioteca con los restos de alrededor de 25.000 tablillas de arcilla inscritas. Coleccionista asiduo de «textos antiguos», Assurbanipal hacía alarde en sus anales: 
«El dios de los escribas me ha concedido el don del conocimiento de su arte; he sido iniciado en los secretos de la escritura; incluso puedo leer las intrincadas tablillas en sumerio; entiendo las palabras enigmáticas cinceladas en la piedra de los días anteriores a la Inundación».

Sabemos ahora que la civilización sumeria floreció en lo que es ahora Iraq casi un milenio antes de los inicios de la época faraónica en Egipto, y que ambas serían seguidas posteriormente por la civilización del Valle del Indo, en el subcontinente indio. También sabemos ahora que los sumerios fueron los primeros en plasmar por escrito los anales y los relatos de dioses y hombres, de los cuales todos los demás pueblos, incluidos los hebreos, obtuvieron los relatos de la Creación, de Adán y Eva, Caín y Abel, el Diluvio y la Torre de Babel; y de las guerras y los amores de los dioses, como se reflejaron en los escritos y los recuerdos de los griegos, los hititas, los cananeos, los persas y los indoeuropeos. Como atestiguan todos estos antiguos escritos, sus fuentes fueron aún más antiguas; algunas descubiertas, muchas pérdidas.

El volumen de estos primitivos escritos es asombroso; no miles, sino decenas de miles de tablillas de arcilla se han descubierto en las ruinas del Oriente Próximo de la antigüedad. Muchas tratan o registran aspectos de la vida cotidiana, como acuerdos comerciales o salarios de los trabajadores, o registros matrimoniales. Otros, descubiertos principalmente en las bibliotecas palaciegas, conforman los Anales Reales; otros más, descubiertos en las ruinas de las bibliotecas de los templos o en las escuelas de escribas, conforman un grupo de textos canónicos, de literatura sagrada, que se escribieron en lengua sumeria y se tradujeron después al acadio (la primera lengua semita) y, más tarde, a otras lenguas de la antigüedad. E, incluso, en estos escritos primitivos, que se remontan a casi seis mil años, encontramos referencias a «libros» (textos inscritos en tablillas de piedra) perdidos.

Entre los hallazgos increíbles (pues decir «afortunados» no transmitiría plenamente la idea de milagro) realizados en las ruinas de las ciudades de la antigüedad y en sus bibliotecas, se encuentran unos prismas de arcilla donde aparece información de los diez soberanos antediluvianos y de sus 432.000 años de reinado, una información a la que ya aludía Beroso. Conocidas como las Listas de los Reyes Sumerios (y exhibidas en el Museo Ashmolean de Oxford, Inglaterra), sus distintas versiones no dejan lugar a duda de que los compiladores sumerios tuvieron acceso a cierto material común o canónico de textos primitivos. Junto con otros textos, igualmente antiquísimos, descubiertos en diversos estados de conservación, estos textos sugieren rotundamente que el cronista original de la Llegada, así como de los acontecimientos que la precedieron y la siguieron, había sido uno de aquellos líderes, un participante clave, un testigo presencial.

Ese testigo presencial de los acontecimientos y participante clave en ellos era el líder que había amerizado con el primer grupo de astronautas. En aquel momento, su nombre-epíteto era E.A., «Aquel Cuyo Hogar Es Agua», y sufrió la amarga decepción de que el mando de la Misión Tierra se le diera a su hermanastro y rival EN.LIL («Señor del Mandato»), una humillación que no quedaría suficientemente mitigada con la concesión del título de EN.KI, «Señor de la Tierra».

Relegado de las ciudades de los dioses y de su espaciopuerto en el E.DIN («Edén») para supervisar la extracción de oro en el AB.ZU (África sudoriental), Ea/Enki fue, además de un gran científico, el que descubrió a los homínidos que habitaban aquellas zonas. Y, de este modo, cuando se amotinaron y dijeron «¡Ya basta!» los Anunnaki que trabajaban en las minas, fue él quien pensó que la mano de obra que necesitaban se podía conseguir adelantándose a la evolución por medio de la ingeniería genética; y así apareció el Adam (literalmente, «El de la Tierra», el Terrestre). Como híbrido que era, el Adán no podía procrear; pero los acontecimientos de los que se hace eco el relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín del Edén dan cuenta de la segunda manipulación genética de Enki, que añadió los genes cromosómicos extras necesarios para la procreación.

Y cuando la Humanidad, al proliferar, resultó no adecuarse a lo que tenían previsto los dioses, fue él, Enki, el que desobedeció el plan de su hermano Enlil de dejar que la Humanidad pereciera en el Diluvio, unos acontecimientos en los que el héroe humano recibió el nombre de Noé en la Biblia, y Ziusudra en el texto sumerio original, más antiguo.
Ea/Enki era el primogénito de Anu, soberano de Nibiru, y como tal estaba versado en el pasado de su planeta (Nibiru) y de sus habitantes. Científico competente, Enki legó los aspectos más importantes de los avanzados conocimientos de los Anunnaki a sus dos hijos, Marduk y Nin-gishzidda (que, como dioses egipcios, eran conocidos allí como Ra y Thot respectivamente). Pero también jugó un papel fundamental al compartir con la Humanidad ciertos aspectos de tan avanzados conocimientos, enseñándoles a individuos seleccionados los «secretos de los dioses».

En al menos dos ocasiones, estos iniciados plasmaron por escrito (tal como se les indicó que hicieran) aquellas enseñanzas divinas como legado de la Humanidad. Uno de ellos, llamado Adapa, y probablemente hijo de Enki con una hembra humana, es conocido por haber escrito un libro titulado Escritos referentes al Tiempo -uno de los libros perdidos más antiguos. El otro, llamado Enmeduranki, fue con toda probabilidad el prototipo del Henoc bíblico, aquel que fue elevado al cielo después de confiar a sus hijos el libro de los secretos divinos, y del cual posiblemente haya sobrevivido una versión en el extrabíblico Libro de Henoch.

A pesar de ser el primogénito de Anu, Enki no estaba destinado a ser el sucesor de su padre en el trono de Nibiru. Unas complejas normas sucesorias, reflejo de la convulsa historia de los nibiruanos, le daba ese privilegio al hermanastro de Enki, Enlil. En un esfuerzo por resolver este agrio conflicto, Enki y Enlil terminaron en una misión en un planeta extraño -la Tierra-, cuyo oro necesitaban para crear un escudo que preservara la cada vez más tenue atmósfera de Nibiru. Fue en este marco, complicado aún más con la presencia en la Tierra de su hermanastra Ninharsag (la oficial médico jefe de los Anunnaki), donde Enki decidió desafiar los planes de Enlil de hacer que la Humanidad pereciera en el Diluvio.

El conflicto siguió adelante entre ambos hermanastros, e incluso entre sus nietos; y el hecho de que todos ellos, y especialmente los nacidos en la Tierra, se enfrentaran a la pérdida de longevidad que el amplio período orbital de Nibiru les proporcionaba incrementó aún más las angustias personales y agudizó las ambiciones. Y todo esto culminó en el último siglo del tercer milenio a.C, cuando Marduk, primogénito de Enki con su esposa oficial, proclamó que él, y no el primogénito de Enlil, Ninurta, debía heredar la Tierra. El amargo conflicto, que supuso el desarrollo de una serie de guerras, llevó al final a la utilización de armas nucleares; aunque no intencionado, el resultado de todo ello fue el hundimiento de la civilización sumeria.

La iniciación de individuos escogidos en los «secretos de los dioses» marcó los inicios del Sacerdocio, los linajes de mediadores entre los dioses y el pueblo, los transmisores de la Palabra Divina a los mortales terrestres. Los oráculos (interpretaciones de los pronunciamientos divinos) se mezclaron con la observación de los cielos en busca de augurios. Y a medida que la Humanidad se vio arrastrada a tomar parte en los conflictos de los dioses, la Profecía comenzó a jugar su papel. De hecho, la palabra para designar a estos portavoces de los dioses que proclamaban lo que iba a pasar, Nabih, era el epíteto del hijo primogénito de MardukNabu, que en nombre de su padre, exiliado, intentó convencer a la Humanidad de que los signos celestes indicaban la inminente supremacía de Marduk.

Este estado de cosas llevó a la necesidad de diferenciar entre Suerte y Destino. Las promulgaciones de Enlil, y a veces incluso de Anu, que siempre habían sido incuestionables, se veían sujetas ahora al examen de la diferencia entre NAM (el Destino, como las órbitas planetarias, cuyo curso está determinado y no se puede cambiar) y NAM.TAR, literalmente, el destino que puede ser torcido, roto, cambiado (que era la Suerte o el Hado). Revisando y rememorando la secuencia de los acontecimientos, y el paralelismo aparente entre lo que había sucedido en Nibiru y lo que había ocurrido en la Tierra, Enki y Enlil comenzaron a ponderar filosóficamente lo que, ciertamente, estaba destinado y no se podía evitar, y el hado que venía como consecuencia de decisiones acertadas o equivocadas y del libre albedrío. Éstas no se podían predecir, mientras que las primeras se podían anticipar (especialmente, si eran cíclicas, como las órbitas planetarias; si lo que fue volvería a ser, si lo Primero también sería lo Último).

Las consecuencias climáticas de la desolación nuclear agudizaron el examen de conciencia entre los líderes de los Anunnaki y llevaron a la necesidad de explicar a las devastadas masas humanas por qué había ocurrido aquello. ¿Había sido cosa del destino, o había sido el resultado de un error de los Anunnaki? ¿Había algún responsable, alguien que tuviera que rendir cuentas?

En las reuniones de los Anunnaki en las vísperas de la calamidad, fue Enki el único que se opuso a la utilización de las armas prohibidas. De ahí la importancia que tuvo para Enki explicar a los supervivientes qué había sucedido en la saga de los extraterrestres que, a pesar de sus buenas intenciones, habían terminado siendo tan destructores. ¿Y quién, sino Ea/Enki, que había sido el primero en llegar y presenciarlo todo, era el más cualificado para relatar el Pasado, con el fin de poder adivinar el Futuro? Y la mejor forma de relatarlo todo era en un informe, escrito en primera persona por el mismo Enki.
Es cierto que hizo una autobiografía, por lo que se deduce de un largo texto (pues se extiende al menos en doce tablillas) descubierto en la biblioteca de Nippur, donde se cita a Enki diciendo:
Cuando llegué a la Tierra, había mucho inundado.
Cuando llegué a sus verdes praderas, montículos y cerros se levantaron a mis órdenes.
En un lugar puro construí mi hogar, un nombre adecuado le di.

Este largo texto continúa diciendo que Ea/Enki asignó tareas a sus lugartenientes, poniendo en marcha su Misión en la Tierra.

Otros muchos textos, que relatan diversos aspectos del papel de Enki en los acontecimientos que siguieron sirven para completar el relato de Enki; entre ellos hay una cosmogonía, una Epopeya de la Creación, en cuyo núcleo se halla el propio texto de Enki, que los expertos llaman La Génesis de Eridú. En ellos, se incluyen descripciones detalladas del diseño del Adán, y cuentan cómo otros Anunnaki, varón y hembra, llegaron hasta Enki en su ciudad de Eridú para obtener de él el ME, una especie de disco de datos donde se hallaban codificados todos los aspectos de la civilización; y también hay textos de la vida privada y de los problemas personales de Enki, como el relato de sus intentos por conseguir tener un hijo con su hermanastra Ninharsag, sus promiscuas relaciones tanto con diosas como con las Hijas del Hombre y las imprevistas consecuencias que se derivaron de todo ello.

El texto del Atra Hasis arroja luz sobre los esfuerzos de Anu por prevenir un estallido de las rivalidades Enki-Enlil al dividir los dominios de la Tierra entre ellos; y los textos que registran los acontecimientos que precedieron al Diluvio reflejan casi palabra por palabra los debates del Consejo de los Dioses sobre la suerte de la Humanidad y el subterfugio de Enki conocido como el relato de Noé y el arca, relato conocido sólo por la Biblia, hasta que se encontró una de sus versiones originales mesopotámicas en las tablillas de la Epopeya de Gilgamesh.

Las tablillas de arcilla sumerias y acadias, las bibliotecas de los templos babilónicos y asirios, los «mitos» egipcios, hititas y cananeos, y las narraciones bíblicas forman el cuerpo principal de memorias escritas de los asuntos de dioses y hombres. Y por primera vez en la historia, este material disperso y fragmentado ha sido reunido y utilizado, de la mano de Zecharia Sitchin, para recrear el relato presencial de Enki, los recuerdos autobiográficos y las penetrantes profecías de un dios extraterrestre.

Presentado como un texto que hubiera dictado Enki a un escriba escogido, un Libro Testimonial para ser desvelado en el momento apropiado, trae a la mente las instrucciones de Yahveh al profeta Isaías (siglo vii a.C):
Ahora ven, escríbelo en una tablilla sellada, grábalo como un libro; para que sea un testimonio hasta el último día, un testimonio para siempre. Isaías 30,8

Al tratar del pasado, el mismo Enki percibió el futuro. La idea de que los Anunnaki, ejercitando el libre albedrío, eran señores de su suerte (así como de la suerte de la Humanidad) desembocó, en última instancia, en la constatación de que se trataba de un Destino que, después de todo lo dicho y hecho, determinaba el curso de los acontecimientos; y, por tanto, como reconocieron los profetas hebreos, lo Primero será lo Último.

El registro de los acontecimientos dictado por Enki se convierte, así pues, en el fundamento de la Profecía, y el Pasado se convierte en Futuro.


ATESTACIÓN

Palabras de Endubsar, escriba maestro, hijo de la ciudad de Eridú, sirviente del señor Enki, el gran dios.

En el séptimo año después de la Gran Calamidad, en el segundo mes, en el decimoséptimo día, fui citado por mi maestro el Señor Enki, el gran dios, benévolo creador de la Humanidad, omnipotente y misericordioso.

Yo estaba entre los supervivientes de Eridú que habían escapado a la árida estepa cuando el Viento Maligno se estaba acercando a la ciudad.

Y vagué por el desierto, buscando ramas secas para hacer fuego. Y miré hacia arriba y he aquí que un Torbellino llegó desde el sur. Tenía un resplandor rojizo, y no hacía sonido alguno. Y cuando tocó el suelo, salieron de su vientre cuatro largos pies y el resplandor desapareció. Y me arrojé al suelo y me postré, pues sabía que era una visión divina.

Y cuando levanté mis ojos, había dos emisarios divinos cerca de mí.

Y tenían rostros de hombres, y sus vestidos brillaban como metal bruñido. Y me llamaron por mi nombre y me hablaron, diciendo: Has sido citado por el gran dios, el señor Enki. No temas, pues has sido bendecido. Y estamos aquí para llevarte a lo alto, y llevarte hasta su retiro en la Tierra de Magan, en la isla en medio del Río de Magan, donde están las compuertas.

Y mientras hablaban, el Torbellino se elevó como un carro de fuego y se fue. Y me tomaron de las manos, cada uno de ellos de una mano. Y me elevaron y me llevaron velozmente entre la Tierra y los cielos, igual que se remonta el águila. Y pude ver la tierra y las aguas, y las llanuras y las montañas. Y me dejaron en la isla, ante la puerta de la morada del gran dios. Y en el momento en que me soltaron de las manos, un resplandor como nunca había visto me envolvió y me abrumó, y caí al suelo como si hubiera quedado vacío del espíritu de vida.

Mis sentidos vitales volvieron a mí, como si despertara del más profundo de los sueños, por el sonido de mi nombre al llamarme. Estaba en una especie de recinto. Estaba oscuro, pero también había un aura. Entonces, la más profunda de las voces pronunció mi nombre otra vez.

Y, aunque pude escucharla, no hubiera sabido decir de dónde venía la voz, ni pude ver quién era el que hablaba. Y dije, aquí estoy.

Entonces, la voz me dijo: Endubsar, descendiente de Adapa, te he escogido para que seas mi escriba, para que pongas por escrito mis palabras en las tablillas.

Y de pronto apareció un resplandor en una parte del recinto. Y vi un lugar dispuesto como el lugar de trabajo de un escriba: una mesa de escriba y un taburete de escriba, y había piedras finamente labradas sobre la mesa. Pero no vi tablillas de arcilla ni recipientes de arcilla húmeda. Y sobre la mesa sólo había un estilo, y éste relucía en el resplandor como no lo hubiera podido hacer ningún estilo de caña.

Y la voz volvió a hablar, diciendo: Endubsar, hijo de la ciudad de Eridú, mi fiel sirviente. Soy tu señor Enki. Te he convocado para que escribas mis palabras, pues estoy muy turbado por la Gran Calamidad que ha caído sobre la Humanidad. Es mi deseo registrar el verdadero curso de los acontecimientos, para que tanto dioses como hombres sepan que mis manos están limpias. Desde el Gran Diluvio, no había caído una calamidad tal sobre la Tierra, los dioses y los terrestres. Pero el Gran Diluvio estaba destinado a suceder, no así la gran calamidad. Ésta, hace siete años, no tenía que haber ocurrido. Se podía haber evitado, y yo, Enki, hice todo lo que pude por impedirla; pero, ¡ay!, fracasé. ¿Y fue hado o fue destino?

El futuro juzgará, pues al final de los días un Día del Juicio habrá. En ese día, la Tierra temblará y los ríos cambiarán su curso, y habrá oscuridad al mediodía y un fuego en los cielos por la noche, será el día del regreso del dios celestial. Y habrá quien sobreviva y quien perezca, quien sea recompensado y quien sea castigado, dioses y hombres por igual, en ese día se descubrirá; pues lo que venga a suceder, por lo que ha sucedido será determinado; y lo que estaba destinado, en un ciclo será repetido, y lo que fue fruto del hado y ocurrió sólo por la voluntad del corazón, para bien o para mal vendrá a ser juzgado.

La voz cayó en el silencio; después, el gran señor habló de nuevo, diciendo: Es por esta razón que contaré el relato veraz de los Principios y de los Tiempos Previos y de los Tiempos de Antaño; pues, en el pasado, el futuro se halla oculto. Durante cuarenta días y cuarenta noches, yo hablaré y tú escribirás; cuarenta será la cuenta de los días y las noches de tu trabajo aquí, pues cuarenta es mi número sagrado entre los dioses. Durante cuarenta días y cuarenta noches, no comerás ni beberás; sólo esta onza de pan y agua tomarás, y te mantendrá durante todo tu trabajo.

Y la voz se detuvo, y de pronto apareció un resplandor en otra parte del recinto. Y vi una mesa y, sobre ella, un plato y una copa. Y me levante para ir allí, y había pan en el plato y agua en la copa.

Y la voz del gran señor Enki habló de nuevo, diciendo: Endubsar, come el pan y bebe el agua, y te mantendrás durante cuarenta días y cuarenta noches. E hice como me indicó. Y después, la voz me indicó que me sentara ante la mesa de escriba, y el resplandor se intensificó allí. No pude ver ninguna puerta ni abertura donde me encontraba, sin embargo el resplandor era tan fuerte como el del sol del mediodía.

Y la voz dijo: Endubsar el escriba, ¿qué ves?

Y miré y vi el resplandor que iluminaba la mesa, las piedras y el estilo, y dije: Veo unas tablillas de piedra, y su tono es de un azul tan puro como el cielo. Y veo un estilo como nunca antes había visto, su cuerpo no parece de caña, y su punta tiene la forma de una garra de águila.

Y la voz dijo: Son éstas las tablillas sobre las cuales inscribirás mis palabras. Por expreso deseo mío, se han tallado del más fino lapislázuli, cada una de ellas con dos caras lisas. Y el estilo que ves es la obra de un dios, el cuerpo está hecho de electro y la punta de cristal divino. Se adaptará firmemente a tu mano, y te será tan fácil grabar con él como marcar sobre arcilla húmeda. En dos columnas inscribirás la cara frontal, en dos columnas inscribirás el dorso de cada tablilla de piedra. ¡No te desvíes de mis palabras y mis declaraciones!

Y hubo una pausa, y yo toqué una de las piedras, y sentí su superficie como una piel lisa, suave al tacto. Y tomé el estilo sagrado, y lo sentí como una pluma en mi mano.

Y, después, el gran dios Enki comenzó a hablar, y yo empecé a escribir sus palabras, exactamente como las decía. A veces, su voz era fuerte; a veces, casi un susurro. A veces, había gozo u orgullo en su voz; a veces, dolor o angustia. Y cuando una tablilla quedaba inscrita en todas sus caras, tomaba otra para continuar.

Y cuando fueron dichas las últimas palabras, el gran dios se detuvo, y pude escuchar un gran suspiro. Y dijo: Endubsar, mi sirviente, durante cuarenta días y cuarenta noches has anotado fielmente mis palabras. Tu trabajo aquí ha terminado. Ahora, toma otra tablilla, y en ella escribirás tu propia atestación; y al final de ella, como testigo, márcala con tu sello; y toma la tablilla y ponla junto con las otras en el cofre divino; pues, en el momento designado, los escogidos vendrán hasta aquí y encontrarán el cofre y las tablillas, y sabrán todo lo que yo te he dictado a ti; y que el relato veraz de los Principios, los Tiempos Previos, los Tiempos de Antaño y la Gran Calamidad será conocido en lo sucesivo como Las Palabras del Señor Enki. Y habrá un Libro de Testimonios del pasado, y un Libro de dicciones del futuro, pues el futuro en el pasado se halla, y lo primero también será lo último.

Y hubo una pausa, y tomé las tablillas y las puse una a una en el orden correcto dentro del cofre. Y el cofre estaba hecho de madera de acacia con incrustaciones de oro en el exterior.

Y la voz de mi señor dijo: Ahora, cierra la tapa del cofre y fija el cierre. E hice como se me indicó.

Y hubo otra pausa, y mi señor Enki dijo: Y en cuanto a ti, Endubsar, con un gran dios has hablado y, aunque no me has visto, en mi presencia has estado. Por tanto, estás bendecido, y serás mi portavoz ante el pueblo. Los amonestarás para que sean justos, pues en ello estriba una buena y larga vida. Y los confortarás, pues en el plazo de setenta años se reconstruirán las ciudades y las cosechas volverán a crecer. Habrá paz, pero también habrá guerras. Nuevas naciones se harán poderosas, reinos se elevarán y caerán. Los dioses de antaño se apartarán, y nuevos dioses decretarán los hados. Pero al final de los días prevalecerá el destino, y ese futuro se predice en mis palabras acerca del pasado. De todo ello, Endubsar, a la gente le hablarás.

Y hubo una pausa y un silencio. Y yo, Endubsar, me postré en el suelo y dije: Pero, ¿cómo sabré qué decir?
Y la voz del señor Enki dijo: Habrá señales en los cielos, y las palabras que tengas que pronunciar vendrán a ti en sueños y en visiones. Y, después de ti, habrá otros profetas escogidos. Y al final, habrá una Nueva Tierra y un Nuevo Cielo, y ya no habrá más necesidad de profetas.

Y, entonces, se hizo el silencio, y las auras se extinguieron, y el espíritu me dejó. Y cuando recobré los sentidos, estaba en los campos de los alrededores de Eridú.

Sello de Endubsar, escriba maestro

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